sábado, 17 de abril de 2010

Capitulo 7. La ciudad del Amor

¡¡Atencion!! Este capitulo esta sin correjir, le he puesto para no añadir un mes mas al enorme retraso que llevamos, en unas semanas estara bien presentado.
Intenté cerrar los ojos con fuerza, pero mis párpados se abrían al instante, gracias a eso pude contemplar lo que sucedía en lo que Corines había llamado La Nada. Los tres tarros explotaron convirtiéndose en millones de cristales haciendo que mis párpados reaccionasen y cubrieran mis ojos. Pude oír el sonido de una bestia gritando y algo desmoronándose. Por más que intente abrir mis grandes ojos color chocolate, estos se negaron en rotundo. Raro ¿verdad?, cuando quiero abrirlos se cierran y cuando los quiero cerrar, se abren. Mi cuerpo se descontrola por momentos ¿y si me muero y no me doy cuenta? Lo último que vi fue un nubarrón de imágenes mezcladas, un tele-transporte muy extraño.
Estaba segura de que me había dado un golpe. No sabía con qué o como, pero no dudaba de que me hubiera golpeado, ya que con la mano pude notar una brecha pequeñita encima del ojo derecho, no sangraba y estaba perfectamente curada. Esto ya no es raro, es extraño, muy extraño. Respire profundamente un par de veces antes de abrir los ojos, intentando controlar mis impulsos de quemar todo lo que se encontraba en un radio de 2 Km. Notaba, por la vibración que recorría mi pequeño cuerpo, que donde quiera que me encontrase, se movía y hacia ruidos raros y extraños.
Abrí los ojos.
El lugar donde estaba era enorme, parecía –era- un asiento para gigantes –humanos-. Blandito y confortable con ventanas a los lados y una fila con dos asientos mas. En uno de ellos, el de la izquierda, había un humano sentado girando suave pero continuamente un donuts negro muy poco apetecible. También había un espejo colgado del enorme cristal del medio que indicaba –por la gotas que caían- que no hacia tan bien como en mi mundo. Un segundo… rebobinemos… ¿¡había llegado a la Tierra!? ¡Que guay!
Me senté en el asiento de su lado, un pequeño abeto colgaba del espejo y desprendía un olor a bosque taaan puro… embriagaba a cualquiera con sentido del olfato, aunque solo lo oliera por un segundo podría recordar esa fragancia entre un millón, al igual que los grititos de Roci. De pronto una preciosa luz blanca cruzo el cielo y le partió durante dos segundos. ¡Maravilloso!
Lo que no era tan maravilloso era el ruido horrible, desgarrador y espeluznante que le había seguido.
- ¿¡Que ha sido ese ruido!? – mire horrorizada como la gente ni se inmutaba.
Tampoco me había enterado de que el humano que dirigía este móvil había pegado un frenazo impresionante consiguiendo que saliera un humo blanco de debajo del coche.
- No me des esos sustos – dijo recuperando el control
- Perdón – conteste – ¡espera! ¿Puedes verme? – volví a poner una cara de horror, que no habría puesto ni aunque Corines me recogiera la habitación.
- Pues claro – pareció no sorprenderse en absoluto – llevo rato observándote
- ¿Y como es eso? – otra cosa rara y extraña
Dudo en que contestar, se lamió el rabio superior, signo de pensar muy común en las personas rarillas.
- Veras yo… - giro el donuts – soy un vampiro
Una sonrisa de oreja a oreja ilumino su redondo rostro. Obviamente no me había creído esa trola, sabia que los vampiros en este mundo eran una leyenda de terror para asustar a los niños, lo se por que un día Corines me lo dijo para que ordenara mi cuarto… no funciono. Pero decidí seguirle el juego para ver que decía.
- Ya… y dime “vampiro” ¿Cómo sales de día?
Me quede mirándole con cara de “haber que se te ocurre”. Sonrió y murmuro algo. Observando el camino me contesto:
- Me has pillado, soy escritor principalmente de novelas de fantasía
- Eso lo explica todo – susurre mas para mi que para el, pero lo oyó igualmente
No me había fijado que desde una cajita pequeña insertada en el móvil, se oía una dulce melodía. Al instante se me lleno la cabeza de esa canción.
- ¿Te gusta…? – alargo la pregunta esperando que dijera mi nombre.
- De-ha-y – pronuncie cada silaba con cuidado para que no me llamara como le diese la gana.
- Dehay, curioso nombre. El mío es Martín. Soy un famoso escritor aquí en Francia, y quizá en otras partes del mundo también ¿Quién sabe?
- Yo no, eso seguro. Por si no te acuerdas soy un hada – me gire y señale mis alitas rosas
Volvió a frenar por enésima vez, pero ahora, fue más suave. Dejo el móvil frente a una pequeña y bonita casa. Aunque no tan bonita como mi cuarto, claro.
La casa era tan solo de un piso, pero espaciosa y demasiado ordenada para mí gusto, me guió hasta el salón alumbrado por dos grandes puertas transparentes –entrada al balcón- con vistas a una torre increíblemente alta. Se llamaba la Torre Eiffel, en honor al que la construyo –según me dijo Martín-.
- Yo he conocido a un hada antes que a ti – su expresión cambio de una indiferente a la más triste del mundo. Intente decir algo, pero el volvió a hablar.
- Murió… bueno, eso creo – evito mi mirada – la conocí de humana y me enamore. Todo fue muy rápido, amor a primera vista, ¡incluso cuando me contó que era un hada! No había pasado ni un día y ya estábamos prometidos. Ella se sentó en el sofá, cuando volví… estaba desapareciendo… se volvía transparente poco a poco.
- ¿Iba de verde? – si mis sospechas eran ciertas, aquel hada que murió en La Nada podía ser ella.
- Si, me dijo que era una norma ¿Por qué? – siguió sin mirarme, supongo que estaba a punto de llorar.
- Por que ella ahora vive feliz en el mundo de las hadas, solo que ya no puede volver… es que… no nos permiten enamorarnos de humanos…
Asqueroso, raro y extraño, lo se. Acabo de mentirle a un humano para que no sufra. Estos viajes espacio-tiempo entre dos mundos me han afectado demasiado.
- Voy a cambiarme de ropa, esta esta un poco mojada. Ahora vuelvo – me aseguro.
Vuelo un rato por la casa, no me gusta cotillear… ¡pero me aburro! Tan solo tiene un baño, una minibiblioteca donde seguramente escribiera sus libros, su habitación –donde estaba el- y el pequeño balcón que ya había mencionado.
Entre en el baño, me mire en el espejo, era tan pequeña que tuve que pegarme a el.
- Si yo fuera humana todo seria más fácil – pensé en voz alta apoyando mi mano izquierda en el cristal – todo seria más fácil – volví a repetir.
Cerré los ojos y respire, tenia que controlarme, yo no era así.
Yo era la típica graciosa que rompe el hielo con un chiste, la sarcástica, un poco vaga y antipática. La que se comportaba así era Roci cuando le daba la depresión o Corines cuando no encuentra una solución lógica a las cosas.
- ¿Estas en el baño? – pregunto
Salí de mis pensamientos tan de golpe que parecía que en vez de preguntar me había tirado un jarrón a la cabeza.
- Si – abrí la puerta, no recuerdo si la había cerrado…

Si su boca hubiera sido elástica, habría podido llegar al suelo. ¿Por qué se sorprendía? No tengo ni idea.
- ¿Me han crecido las alas o que? – supuse que aquella frase tan de mi raza no la iba a pillar, pero lo dije de todos modos, claro que, sin esperar que se riera.
- Mas bien lo contrario – me contesto y yo como una tonta fui corriendo al espejo.
¿¡Como que me habían empequeñecido?! ¡Si no tenia!
Me había vuelto en pocos segundos una humana. Mi pelo llegaba ahora un poco por debajo de la oreja, despuntado y con flequillo, sujeto por una diadema negra adornada con un lazo pequeño a la derecha, de color rosa. Mi vestido, junto con el cinto que se había cargado el perchero, ya no estaban. En su lugar, había una camiseta negra de manga larga cubierta por una chaqueta de maga corta rosa, con dibujos de calaveras en negro. El pantalón era pirata-vaquero a juego con unas botas negras por debajo de la rodilla, parecían que se abrochaban con los cordones que tenían delante, pero no, al lado había una cremallera muy bien disimulada. Era muy raro pero, ¿Qué no era raro aquí?
- ¿Cómo has…? – empezó a preguntar cuando consiguió dejar de sorprenderse.
- Ni idea – interrumpí – pero mola
- ¿No se supone que no podéis vestiros de oscuro? – vaya, si que le contó cosas el hada.
- Yo ahora soy humana, no creo ni que se enteren – y me reí a carcajadas.
- ¿Qué te parece si damos una vuelta y me cuentas que haces aquí?
Asentí con la cabeza. Afuera, como supuse, ya no llovía y un sol radiante había alejado las nubes como un gato a unos ratones asustados.
Me llevo a un museo precioso llamado Louvre, no sabia que los humanos pintasen. También pasamos junto al “Arco del Triunfo” ¿Cómo podían haber hecho eso? Y cuando por fin nos paramos junto a un tranquilo río, me di cuenta de que se me había olvidado algo muy importante… ¡No he comido desde el desayuno! Martín vio que me tocaba “disimuladamente” la barriga para hacer callar tan vergonzosos ruidos.
- Te invito a comer – sonrió
Me agarro la mano con firmeza y me llevo a un restaurante raro, como todo lo de este mundo.
Muchos humanos había allí, eran casi las tres. Hora de comer, según Martín. En aquel sitio el era famoso, tan conocido que incluso, le invitaban. Varias personas vestidas de negro –camareros- le preguntaron quien era yo, el se limito a sonreír y decir:
- Isabelle, mi sobrina
Los camareros comentaron no recordar que tenía familia.
- Y no la tengo – me susurro asegurándose de que nadie le oía – todos han muerto hace ya mucho tiempo
Me limite a alucinar con semejante noticia, si fuera una de mis hermanas, estaría llorando.
Después de comer le relate la historia de cómo había llegado y me quiso ayudar a buscar a mi humana.
Mientras dábamos vueltas por la ciudad sin rumbo fijo, buscando alguna cosa, cualquier indicio de magia, una extraña sensación me guió hasta una pequeña tienda de antigüedades.
- ¿Qué hacemos aquí? – me pregunto Martin por la espalda.
- No lo se – el arqueo una ceja confundido.
Ignore sus quejas y mis ojos se fijaron en un pequeño tarro de color rosa con extraños dibujos, era imposible; yo misma le vi estallar en mil pedazos que no se podrían juntar, pero estaba allí. El tarro que “compre” a la vieja estaba allí, en aquella tienda en ruinas a punto de caerse, brillaba y resplandecía como una flor entre las malas hierbas que crecen en el jardín, invitando a todo el que le contemplase a abrir su preciosa tapa para condenarle a la mas horrible muerte: quedarse sin alma, sin espíritu, para vagar por La Nada eternamente sin poder comunicarte con alguien.
- Te le regalo – me dijo Martin y se dirigió al mostrador de madera seca y fea que a lo mejor años atrás era la envidia de los vendedores, pero que ahora, si apoyabas la mano aunque solo fuera levemente, podía derrumbarse en un abrir y cerrar de ojos.
Salimos de la tienda, yo tenía el tarro en mis manos.
- ¿No es extraño? No me ha cobrado nada
- Seguramente seriamos sus primeros clientes en 100 años – comente sarcásticamente
- Si ese es el tarro que me contaste… cuando lo abras… ¿te iras?
- Supongo que me iré a donde le pida que me lleve
- Pues vamos a buscar a tu Igual, deprisa.
No recuerdo cuantas vueltas dimos, ni tampoco porque no perdí ni un segundo la esperanza cuando era obvio que nunca la íbamos a encontrar. Solo recuerdo que acabe en la Torre Eiffel contemplando el atardecer de la ciudad del amor. Como era de esperarse, no había encontrado a nadie con el menor índice de magia alguna.
- La echo de menos ¿sabes? – Me dijo observando el paisaje, sin volverse a mirar si le escuchaba – tenia una sonrisa preciosa – sonrió con nostalgia.
- Algún día todos abandonaremos este mundo, así que no pienses en eso y disfruta mientras puedas
- Estoy seguro de que no morirás, encontraras a tu igual Dehay – me prometió pronunciando por primera vez mi nombre
- Me voy a tener que ir ya – le di la espalda a la ciudad iluminada – se lo prometí a mis hermanas, ya sabes, estar juntas cuando eso pase
Cogi el tarro rosa del suelo y murmure o más bien rogué:
- Llévame con mis hermanas
Mi cuerpo comenzó a brillar y recupere mi forma de hada.
- Adiós Martin, gracias por todo – una lagrima resbalo por mi mejilla
- Nos veremos en otra vida – se despidió con la mano
Cuando estaba a punto de desaparecer pude oírle decir:
- Me has dado una idea para un libro, hadita rosa.
Y otra vez me desmaye cayendo en un profundo sueño.